Sé de unos ojos siempre húmedos, recién lavados.
Entre un color parecido al ocre tostado,
a veces más verde oliva, grisáceo en las sombras,
miel si miran riendo.
miel si miran riendo.
Para encontrarle el color, el definitivo, para aprender a nombrarlos...
me esfuerzo todos los días, pero no hallo fruto,
y casi me alegro de no contar con la capacidad de enturbiar
el placer de esta sagrada incertidumbre...
Estudio sus ojos nada más abrirlos,
porque quizá durmiendo se les quiten los reflejos del día anterior
y amanezcan monocromos.
Entre el despertar y el desperezarse,
quizá por el olor a café caliente,
se le tintan de ternura y pardo.
Luego se abren al primer sol y centellean, verde mojado.
Al contraluz aun pueden matizarse de oscuro y ahondarse hasta lo negro,
expuestos a la luz terrosa del hogar, viran a untuoso chocolate...
Cuando se enfurecen salpican aristas y escamas metálicas,
pero al chisporrotear de gozo, desarman, jugosos.
Sé de unos ojos amados, hipnóticos,
ojos de poliedro de infinitas caras.
Castaños sabrosos, innombrables,
ojos camaleón y camuflaje,
verde musgo y aceituna,
siempre entre rocío,
siempre sus ojos,
dulces al mirarme,
tus ojos.
siempre sus ojos,
dulces al mirarme,
tus ojos.
Píxeles desconcertados que no aciertan el color...
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