De la especie de dossier de mujeres que está quedando en este blog, me quedo con esta otra mujer que he conocido. También de ojos pardos, también con la nostalgia de volver a brillar como antes.
El pelo que trajo de Colombia era muy chocolate, muy brillante, y sólo con un movimiento ligero, para retirarse un mechón, se les caían los pantalones a sus clientes del bar.
Tiene unos pechos enormes, unos labios enormes, todas las bondades posibles en las caderas, toda la ternura y la salsa, mucho color en la piel, y también en la piel, según dice, cada día más dolor y más nostalgia: por el billete de vuelta a casa, que compró roto; por la costumbre de mirarse en los espejos enfermos de algunos hombres crueles.
He conocido en ella todos los colores y matices de la risa. Incluso ahora que la voz me parece desolada, un poco dormida, me suena muy hermosa. No le gusta su reflejo en lo que ha hecho, pero no puede parar de hacerlo, se ha puesto una cárcel de dedos frente a los ojos, pero sigue viendo muy claro que tiene que atreverse a soltar todo y largarse desnuda, segura y bella, sola.