Manuel. Le pongo un nombre, debe de tener otro y este puede que no le guste, pero nunca sé cómo preguntárselo.
Está todo arrugadito. Desde la piel a los trapos. Parece un cuadro viejo, teñido de tiempo y sin restaurar. Su tono general marrón oscuro, moreno de plaza, de betún. La maletita que lleva está atada con cuerdas y no rueda bien, en ella guarda ungüentos que rejuvenecen las pieles, ¿quizá por eso sus clientes pasan todos de los cincuenta?
Lleva los zapatos perfectos. Si le salpica una pizca de barro en ellos se detiene aunque sea en medio del paso de cebra, los lustra y sigue el camino. Para andar por algo se pone la excusa de tener trabajo en la esquina siguiente; camina con medio cuerpo cojo y el otro medio acusando el desgaste. A veces parece un funcionario disimulando, haciendo como qué. Además de ser escasa, la clientela tiene mucha prisa, pero lustrar botas es un ritual minucioso, se debe tomar en ello el tiempo preciso. Los que se lo conceden los domingos como lujo por dos duros se sienten caballeros, y no es cuestión de hacerlo a medias. Hace siglos que no se para a sacarse brillo una dama de zapatitos tornasolados.Ya no hay tobillitos sugerentes, medias piernas; sino patas de jirafa, faldas cinturón, zapatillas imposibles.
Cuando todos nos empeñamos en mirar de frente y a lo lejos, el limpiabotas mira al suelo. No pregunta a nadie "qué tal andas", porque eso ya lo sabe, se ha hecho sociólogo de huellas, doctor en andares, y averigüa sin querer los miedos escondidos entre nuestros cordones... Éste anda que no se lo cree, a ésta parece que la empujan; aquel se tropieza a cada paso. El de allí está dudando si seguir por donde andaba, a su amiga hace tiempo que se la llevan los pies a otro camino...Hay quien anda tirado del pecho por un cordón de plata y quien carga con lingotes que le vencen en la espalda. Manuel sabe que hay quien se cree ir muy seguro pero en dirección contraria a la necesaria... y otros que pueden andar a trompicones pero con rumbo claro.
Me tomo un capuccino cremosito en la terraza que se le come el espacio al limpiabotas. Como su negocio chiquito parece perder atractivo al lado de los aromas de bar, recoge los cepillos, cremas y el trapo. Se lleva sus andares torcidos para plantarse en la esquina de enfrente; abre la maletita y saca los cepillos, cremas, trapo. Se mira los zapatos, queriendo verlos perfectos, para andar mejor.
"El limpiabotas", óleo sobre lienzo. Pintura de Antonio Sartre, tomada de la web http://antoniosastre.es/
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