"Un día, en mi pueblo, pude hacerme pasar por fervoroso admirador de procesiones.
Pero unos pocos que me vieron, enseguida notaban que llegaba tarde a todas las esquinas,
cuando el paso ya doblaba la siguiente. Que se me iban los ojos al culo de las nazarenas
y no acertaba a decirle "¡¡guapaa!!" a la virgen adecuada.
Después de dejarme las suelas en la caminata y de luchar sin éxito contra mi bufón arrugante de capirotes, se me metió dentro una sonora carcajada.
La clavé en los oídos furiosos de los creyentes.
Me clavaron un puño casi a la vez que me absorbía la muchedumbre como a un spaguetti.
Entonces se me quitó la risa y me hice el muerto. Salí entero por los pelos.
Como la cosa no fue de broma, decidí tomarme a mi mismo tan en serio como se tomaban a si mismos los demás; me hice artista, artista loco, para escupir con óleo en los altares de la iglesia del arte.
Los puñetazos que me llevo ahora en la palestra no duelen como dolían los golpes de a pie y en plena calle".
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