domingo, 22 de marzo de 2009

Una mujer llena de flores.



Con 43 años, la melena igual de negra pero menos llena.
Con ojillos castaños y brillantes, enrojecidos por una mala noche.
Con un puñado de tesoros aprendidos, guardados sin llave, para compartirlos si hiciera falta.

María madruga, compra frutas a la vuelta de su casa y pasea sus soledades.
Me explica cómo existen flores que crecen sólo cuando se les ruega, me asegura que venimos y nos vamos sin estar sólos, y que existe la vida aun con sombras, y que tenemos que reirnos muy alto y grande, brillar como los fueguitos de Galeano:
con todas las fuerzas, tiempos y espacios, y no como un folio impreso a media cara, del que se deja la mitad en blanco...
Y yo le creo.

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